Viajar a Barcelona es caminar por las Ramblas; detenerse en el mercado de la Boquería y recrearse en la contemplación de las pirámides multicolores que forman las piezas de fruta y escuchar el murmullo de las conversaciones de los tenderos.
Viajar a Barcelona es contemplar la Sagrada Familia y dejar que nuestra imaginación vuele hacia las torres horadadas y se introduzca por los huecos profundos, como en un acto de amor profano. Viajar a Barcelona es recorrer los caminos sinuosos del Parque Gúell, dejarse atrapar por edificios que se integran en la naturaleza hasta confundirse con ella, y deslizarse por las líneas curvas de los arcos parabólicos, de los techos ondulados, de las columnas que se retuercen como árboles. Todo en este parque contribuye a crear la sensación de vida y movimiento.
Viajar a Barcelona es recorrer con la mirada el edificio del Fórum, su fachada rugosa de color azul atravesada por franjas de vidrio, como torrentes de agua derramándose del techo. Una sensación de ligereza, de algo volátil, se apodera de nosotros al caminar por el interior de este edificio suspendido en el aire y perforado por múltiples claraboyas.
Viajar a Barcelona es sentir el calor humano de quienes te acompañan, reconocer en sus caras soñolientas la satisfacción por la experiencia vivida, el deseo de que el recuerdo sea largo.
Estas son algunas de mis impresiones sobre el viaje a Barcelona. Animaos a contar las vuestras, sobre este viaje o sobre cualquier otro que hayáis realizado, porque viajar nos hace más sabios y nos ayuda a comprender el mundo.